ANA PAULA SELTZER

Y hacer de cuenta que estuve todo el tiempo en el presente...



Eran las tres de la mañana y hay un rompecabezas en algún lugar del sótano. Igual dudé. Faltan fichas. Yo, ningún comodín. Vos tampoco. Ahora es una canción de fondo mientras el color bordó conquista el sueño (y el suelo).

Y voy a soñar que pinto todo naranja al otro día. Formo palabras sin sentido o todo lo contrario. El bordó empieza a llevarme a las circunstancias del sueño y las letras sueltas a una media cuadra del rompecabezas empezando a armarse.
Es que tapar el sol con la mano... es imposible






Hacer de cuenta que estuve todo este tiempo en el presente, dejando a un lado mi indiferencia, y todos ocupados en seguir sus mapas hacia no sé dónde y esas cuestiones convertidas en otras cuestiones van a ayudar.

Es que mis manos son las responsables de todo el frío terrenal y es por eso que a veces ordeno las mismas cosas miles de veces.
Me pregunto… ¿Qué pensás entonces que estás haciendo?
Entonces desordeno los libros y vacío el tacho de basura al piso.
No me sueno los dedos, si no es para tanto.




Anoche tampoco me podía dormir. Hubiera querido hacer una llamada internacional a un número al azar, y cuando atiendan exclamar rotundamente: La gente respira y yo meta idealizar.
No lo hice fue porque el teléfono aparecía lo lejos, tapado por una nebulosa donde las cosas no se ven claras (claro que los pensamientos post-medianoche casi nunca son alentadores).





Recuerdo ese día… Pasaste los dedos por mis parpados y me susurraste quietamente al oído: Tendrías que llorar en mis brazos más seguido, es mejor llenarme las manos con tu agua salada.
Qué ocurrencia!... te contesté.






La historia sobre vos que me contaste esa tarde hizo disparar la alarma de: Creo que me podría caer esta vez… Cuore, mejor preparáte para…
Días más tarde la sirena entre mis oídos ya me dejaba sorda en un café donde lo único que había para leer eran revistas viejas.
Y hoy me avisó del velorio, a las cinco de la tarde. Pienso en la ropa negra.
Eso y automáticamente, otra alarma: Mis recuerdos de otros funerales. Mi preámbulo al egoísmo y a las ganas de robarme algún pañuelo por ahí. Esa fue la única vez que me vestí de colores claros.





Después papá gira la cámara y ahí estoy yo, escondida atrás del sillón. Perdón, estaba mirando. Perdón, yo solo jugaba. Perdón, soy tu inquietud demandante. Perdón, también soy una canción de blues. Acercáte. Ahora no voy nada. Con el tiempo las cosas se van arreglando. Tan cierto. Ahora no voy una mierda.





Me anochecí desde las raíces. Y ya sonó esa canción tiempo atrás. Pero sobre todo porque cuando me seco las lágrimas del ojo izquierdo es la misma parte de la canción en la que apretaba las muelas cuando era verano y estaba rodeada de juguetes viejos.





Y entonces, el mundo es tu jardín de infantes y podes elegir jugar a lo que sea cuando se te antoje.





Pero en definitiva ni siquiera estoy cansada. Le digo a los demás: y sí, estoy cansada.
Los que poseen sospechosa capacidad de razonamiento fruncen los labios con fingido interés y dicen:...y sí, estás cansada. Pero es mentira. No estoy cansada. Estoy en piloto automático, apática y sin el espíritu suficiente.
Pero no estoy cansada.





Y me regaló un destornillador verde: “para que desarmes todo aquello que esté armado en tu vida”.





Entonces empezó a sonar All My Loving en el restorán.
Empezó a sonar All My Loving con toda esa ironía, esa cadencia pegajosa y esa letra llena de promesas de la profundidad de un charco de café sobre un piso de madera.


Photos, paintings and poems by Ana Paula Seltzer