ANTONI TÀPIES

Vida




“L’art és vida” determinaba Antoni Tàpies en su reflexión sobre el hecho de la expresión artística. Escribió el psicólogo Ramon Bayés que las personas somos nuestra biografía: nuestra persona empieza al nacer y acaba en la muerte, por tanto, hasta que no morimos nuestra persona no está acabada y sólo una vez muertos, cuando toda nuestra biografía está trazada, tenemos a la persona en su totalidad, nunca antes. El pintor Antoni Tàpies murió a los 88 años el pasado 6 de febrero en Barcelona, la ciudad donde nació y vivió prácticamente toda su vida. Su biografía está trazada, ha llegado a su fin, ahora es tiempo de disfrutar de su obra entendiendo a la persona que la creó. Como el mismo Ramon Bayés escribe, el tiempo importante es el tiempo emocional, aquél que nos marca por felicidad o sufrimiento, y que no tiene medida. En la obra de Antoni Tàpies nos queda un sentido trágico de la vida, lleno de simbolismos que trasladan lo mínimo a la categoría del todo. Su tiempo forma ya parte del nuestro.

Antoni Tàpies i Puig nació en Barcelona el 23 de diciembre de 1923 en la calle Canuda. Su infancia estuvo marcada por un ambiente familiar liberal entre el anticlericalismo racionalista del padre y el catolicismo de la madre. La Guerra Civil Española le trajo el horror de los heridos en los bombardeos y el miedo reflejado en su madre. En 1940 sufrió un accidente que le provocó un ataque al corazón. Más tarde padeció una tisis y fue ingresado en el Puig d’Olena donde se encontró con el poeta Carles Riba cuando visitaba Catalunya clandestinamente. Su larga estancia en el sanatorio se tradujo en lecturas de Shopenhauer, Nietzsche y especialmente El libro del té de Kakuzo entrando así en la filosofía zen.
Tras el sanatorio empezó los estudios de derecho pero en 1946 los abandonó por la pintura. Había entrado en contacto con la vanguardia artística gracias a la revista D’Ací d’Allà, y se volcó en el collage, el arte abstracto y la mezcla de materiales. En 1948 forma junto al poeta Joan Brossa y los pintores Joan Ponç, Modest Cuixart y Joan Josep Tharrats, el movimiento Dau al set, fuertemente vinculado en sus inicios al surrealismo y que dio el fruto de una revista con el mismo título. Antoni Tàpies sin embargo se desligó pronto del movimiento y siguió su propio camino. Una beca para estudiar en París fue determinante. Él recordaba como en seguida notó la libertad que en España era inexistente. Las parejas se besaban por las calles, los escritores publicaban lo que verdaderamente querían decir, sin censuras. Descubrió los grandes museos pero le marcó especialmente el Musée de l’Homme. Allí encontró las raíces primitivas del arte. Todo el arte prehistórico, arte precolombino y africano, carente de la cárcel figurativa que la pintura occidental había sufrido hasta la aparición de la fotografía. Tàpies entendía que la vanguardia debía nacer del regreso a la raíz y emprendió su desarrollo personal teniendo una repercusión internacional enorme a lo largo de los años cincuenta llegando a participar en la exposición del MoMA de Nueva York dedicada al nuevo arte español en 1960. A partir de ahí, Antoni Tàpies es considerado uno de los artistas más importantes del arte abstracto, junto a Willem de Kooning o Pollock, entre otros. Buena parte de su obra está repartida entre los museos de arte contemporáneo más importantes del mundo, como el MoMA o el Centre Pompidou de París.

El profesor Diego Gracia dice en su libro Como arqueros al blancoque lo que mueve a toda persona es llegar a la felicidad y que no debemos conformarnos con menos. La respuesta de Antoni Tàpies a la que es probablemente la única cuestión de la existencia, esto es, cómo conseguir esta felicidad, es la equiparación de lo mínimo con lo máximo. Todo se encuentra en todo, y todo se encuentra en Tàpies, con un sentido trágico innegable. Porque en la obra de Tàpies no hay luz blanca, sino la oscuridad y la cotidianidad que contiene toda la luz sin rechazarla. En sus tonos oscuros encontramos toda la luz, en sus materiales humildes, en sus cuerdas y óxidos, encontramos la vida, el esfuerzo por buscar esta felicidad y la herida de no encontrarla por buscarla en los lugares equivocados. Sus símbolos son mínimos, la cruz, las manos; y sus objetos cercanos, sillas, calcetines, hierros forjados. La felicidad está cerca, es la vida y está en nosotros y en todo aspecto que nos rodea.

La sociedad catalana ha sido en muchas ocasiones dura con su obra. Cuando se le encargó una escultura para el MNAC de Barcelona, Tàpies creó El mitjó, de 18 metros, siendo rechazada por la mayor parte de la sociedad fruto de la incomprensión. De nuevo un objeto cotidiano elevado a la categoría máxima, cosa rechazada por una sociedad que solo ensalza grandezas simples que le son ajenas por no inexistentes. Finalmente, la obra reducida en dimensiones presidió la Fundació Antoni Tàpies de la que el artista estaba tan orgulloso. El país no estuvo a la altura de su talento, del arte de la sugerencia que incita a pensar, del recorrido jeroglífico de la existencia, del sufrimiento por la incertidumbre y la búsqueda de lo que hay más allá. El arte de Tàpies es la cara de la cruz del tiempo.

Texto de Juan Carlos Romero
Foto de Jordi Socías de El País Semanal. Todos los derechos reservados