JOSÉ HIERRO

Todo para nada





“Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.”

Vida era el cierre de su poemario Cuaderno de Nueva York (1998) y el hermoso dolor de quien llegando al final de sus días se enfrenta a la única verdad de nuestra existencia: el todo y la nada como dos caras de una misma moneda. El irremediable empuje del paso del tiempo nos lleva a chocar secamente contra el muro de nuestro propio engaño, pretender que somos algo más que meras expresiones de una vida que fluye en nuestro interior sin nosotros.

Nació en Madrid en 1922 pero su familia rápidamente se trasladó a Cantabria cuando apenas contaba con dos años de edad. Allí estudio una carrera técnica interrumpida por la Guerra Civil española que estalló en 1936. Sus primeros versos ya circularon entonces por el bando republicano en contra del fascismo, lo cual lo llevó a la cárcel una vez acabada la guerra con la llegada al poder del general Franco. Se le acusó de pertenencia a una organización de ayuda a presos políticos, entre los cuales estaba su padre.

Unos años en prisión dotaron sus primeras obras de una madurez impropia de autores tan jóvenes. Publicó simultáneamente Tierra sin nosotros y Alegría (1947). “Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste,un misterioso sol amanecía”. Los años de guerra que le llevaron a la clandestinidad y luego a la cárcel marcan un espíritu aún así profundamente vitalista. Sus versos cargados de intensidad en una lírica minimalista y clara merecieron el Premio Adonáis en 1947.

Tras ello, las obras y el reconocimiento se sucedieron. Tras sus inicios en Valencia y colaboraciones como crítico pictórico en radio y prensa escrita, se traslada definitivamente a Madrid. Vuelve a su poesía con Con las piedras, con el viento (1950) y Quinta del 42 (1953), donde sus versos adquieren un aire de mayor crítica social pero sin las ataduras del realismo imperante en la literatura española de entonces, donde el tono gris no enfrentaba la violenta negritud que sostenía un régimen asesino. Así pues, el realismo dominante era un retrato siempre obligadamente sutil. Hierro iba por otros caminos y dibujó trazados propios y de una fortaleza tal como la de su rostro, duro pero lleno de ternura.

Así, su poesía fue recorriendo versos asomados a alucinaciones fruto de la búsqueda de sí mismo, de aquel joven que vivió la guerra y lo pagó con la cárcel por lo que vio en la belleza de la vida su símbolo de libertad, todo y nada a la vez. Cuanto sé de mí (1957) es clara esencia de esta existencia, evocadora, tierna y responsable. La felicidad como objetivo es propia de aquellos que no saben reconocerla como capacidad de unos pocos, aquellos para quienes lo efímero, lo cruel, lo violento, son caras mismas de la belleza, la felicidad, la eternidad.

Y tal recorrido acabó donde empezó, en Madrid en diciembre de 2002, dejando huérfanos a los que una vez encontramos abrigo en su Cuaderno de Nueva York (1998) y en una vida donde todo era nada más que un eco que nacía en nosotros mismos.


Texto de Juan Carlos Romero
Poemas de José Hierro
Foto de Alberto Schommer por cortesía del Museo de Bellas Artes de Bilbao