21 de mayo de 2019
El devenir
Fue a través de Paul McCartney que descubrí la música de Philip Glass, seguramente la manera más inusitada. El camino que me llevó de uno a otro se llama Allen Ginsberg. Fue en 1996 cuando se publicó The Ballad of the Skeletons , un poema del propio Ginsberg ya publicado en 1995 como fuerte crítica politicosocial a la sociedad norteamericana, recitado por Ginsberg y acompañado por Philip Glass, Paul McCartney y Lenny Kaye. ¿La historia? Ginsberg visitó a McCartney en 1995 en Inglaterra y recitó a su familia el poema mientras las hijas de McCartney lo filmaban. Ginsberg iba a dar un recital en el Royal Albert Hall de Londres y quería hacerlo acompañado por un guitarrista, a lo que McCartney respondió: "Prueba conmigo!". Y así fue. McCartney improvisó un acompañamiento de guitarra y al acabar el recital le dijo a Ginsberg que si algún día quería publicarlo, que le avisara para grabarlo. Ginsberg aceptó, y a las guitarras McCartney añadió maracas, batería y órgano. A todo ello, Philip Glass añadió los arpegios de piano y Lenny Kaye el bajo, además de la producción. Esa fue la primera vez que supe de Philip Glass. Después, descrubiría todo un mundo.
El Palau de la Música Catalana ha dedicado todo un ciclo de conciertos a la obra de Philip Glass la cual además de vastísima ha merodeado entre muchos terrenos el de la ópera y el cine, el cual le ha proporcionado sus trabajos más populares. Glass compartió el repertorio con los pianistas Anton Batagov, quien ha sido fundamental para introducir la obra de Glass en su país, Rusia, Naki Manekawa, pianista japonesa que también ha profundizado en la obra del maestro estadounidense, y el catalán Albert Guinovart, quien abrió el concierto acompañado por el Orfeó Català dirigido por Simon Halsey. La pieza fue Vessels con arreglos para la ocasión del propio Guinovart. Exquisito arranque.
El ambiente en el Palau era de auténtica devoción. Lejos queda ya el estreno en Barcelona de su ópera Einstein on the beach en 1992, con 16 años de retraso. Glass apareció en el escenario para interpretar la segunda pieza de la noche, Mad Rush, de 1979, una pieza que llegó a ser coregrafiada por Lucinda Childs. El público rendido al maestro quien fue desgranando sus característicos arpegios, los mantras del devenir de las cosas, la vida que fluye, como cantara George Harrison, dentro de ti sin ti.
La tercera ronda por Manekawa fueron extractos de la banda sonora del film Mishima de Paul Schrader. Manekawa capta tu atención y no te suelta. Su magnética manera de interpretar consigue acercar la música contemporánea al gran público, algo que no resulta ni fácil ni habitual. Justo el año pasado, publicó esta preciosa versión para piano de Mishima con una excelente acogida. Escuchadla, si puede ser en vivo, mejor.
Y llegó el turno de Anton Batagov, amante de la obra de Cage, Reich y, por supuesto, Glass. Interpretó una obra poco conocida y además reciente de Glass, Distant figure, passacaglia per a piano, escrita especialmente para Batagov y estrenada en 2017. Una mirada a Bach, referencia esencial para Glass, y en cierto modo un reflejo perdido en el tiempo de Mad Rush. Bagatov volvería a maravillar con Études #7 y seguidamente, junto a Manekawa con la pieza para cuatro manos Stokes, de la banda sonora del film del mísmo título del 2013.
Philip Glass regresó, para cerrar. Lo hizo con Closing de su álbum Glassworks de 1981, el cual tenía la clara intención de acercarse a un público más amplio, algo que seguramente ha conseguido mucho más con bandas sonoras como The hours, tiempo después. Glass fluyó al piano, como la vida, con sus sonidos mezcla de fragilidad y determinación, y sedujo, nuevamente (¿no lo estaba ya?) al público. Maravilloso regalo del Palau a la ciudad.
Un texto de Juan Carlos Romero
Fotografía cortesía del Palau de la Música Catalana
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