Cajón de Sastre
Érase una vez un club de sílabas entrelazadas en cuartos imaginarios. Sus horizontes eran curvas sin fin pintadas en verdes húmedos, como flores recién bañadas por la lluvia. En aquel mundo de palabras soñadas había una tienda de jabones artesanos. Si te bañabas con uno de ellos, la piel se tornaba infinitamente elástica dejando que los sueños dieran forma a su existencia sin límites abruptos ni convenciones elaboradas a mano y a máquina. Si escuchabas bien, aquellas sílabas te podían susurrar su verdad al oído como canciones corriendo bajo el título Miedos y otras fobias (Tsunami Music, 2011). Las sílabas se hacían llamar Cajón de Sastre y hacían de música y palabras su mundo ensanchado.
Un día decidieron hacer público todo su vuelco alfabético y entonado. Su nota de prensa describía tal universo como “un trabajo donde musicalmente encontramos nuestro propio lenguaje sonoro entre el pop melancólico, la pista de baile, los sonidos ochenteros y las atmósferas cercanas al trip-hop”. Y allí se reunieron todos los vocablos formando un enorme crucigrama en el mejor de los sentidos: el verso.
Una tras otra, sus canciones dibujaban días de lluvia a pleno sol. La chaqueta arrugada, Sílabas, Le club, Mínima, Niebla… Pero bajo los paraguas melódicos, la humedad no penetraba en los oídos huérfanos. Había más calor junto a sus sílabas que en el exterior repleto de marcos aguados. Y al acabar el concierto, todos nos fuimos con ellas y ellos, a romper verbos transitivos y jugar tan sólo con los copulativos. Ser o no ser no es parecer estar, sino la sala de estar del entendimiento. Y su disco, Miedos y otras fobias, el calor de ser un verbo.
Texto de Juan Carlos Romero
Portada de Brigitte